Por Gabriela Fernández Rosman
Puede que le cueste creerlo pero, en la Argentina hasta las piedras, inertes y con su silencio denso, tienen ideología, Lo confirmó el 10 del corriente la vocera de la presidencia, Gabriela Cerrutti o “la portavoz” como se le suele decir, cuando sin remilgo alguno, señaló desde un balcón de la Casa Rosada a Irene Montero, ministra de Igualdad de España, el monumento al General Manuel Belgrano en cuya base yacen las piedras con nombre propio y en memoria de todos quienes no pudieron acceder a la vacunación que les salvara la vida y la perdieron. Cerruti le dijo “la derecha ha puesto sus piedras recordando a los muertos por Covid-19″ y las redes sociales estallaron de indignación porque el dolor y la injusticia están vigentes. Claro que Cerruti, convencida de su error pidió disculpas por un hilo de twitter desde París al día siguiente, porque estaba acompañando al Presidente.
El mundo supo en su momento que a la igualdad ante la ley del artículo 16 de la Constitución Nacional, ley suprema de la Argentina se le colaron algunos privilegios cuando funcionarios del oficialismo, “parientes y entenados” recibieron las escasas dosis de sputnik que llegaban al país.
De todos modos, las piedras siguen allí y lo seguirán estando como testimonio sórdido y candente de los hechos acaecidos.
Pero también hubo otras muertes sin piedras pero portadoras de ideología como la que acaba de ocurrir en el caso de Hebe de Bonafini, la histórica presidenta de la Asociación de Madres de Plaza de mayo, quien habrá cargado un dolor desgarrador e indiscutible por la desaparición de sus dos hijos varones, Jorge Omar y Raúl Alfredo así como de su nuera María Elena en los años ’77 y ’78. Una ama de casa sin estudio a la que el dolor la convocó a una lucha denodada y admirable por los derechos humanos pero que luego, en el acontecer de los avatares históricos, convierte en grotescas y peligrosas manifestaciones y en desmanejo de la cosa pública. Sin embargo, esa muerte de quien asumiera en vida una manifiesta adhesión al oficialismo kirchnerista significó 3 días de duelo por decreto nacional porque los muertos no son iguales en la Argentina, aunque sean muertos y ya no compartan este plano existencial.
Pero puede que la muerte, esa misma condición que comparten, les haya otorgado un descanso igualitario de esta cotidianeidad agobiante, en la que la clase media trabajadora, tal cual hortelano, araña hasta la tierra para poder ganarle a la inflación del 6,3% con un alza acumulada en los últimos diez meses del año de un 76,6 %. Porque esos muertos, todos y todas, ya no abonan hasta 25 % de impuesto en el pan y la leche ni tienen riesgo de caer por debajo de la línea de pobreza como ocurre con casi tres mil argentinos por día ni están entre los 83.000 personas que la atraviesan cada mes, en la que otrora fuera la tierra promisoria para venir a “hacer la América”. Durante el primer cuatrimestre del año la Canasta básica aumentó 23,1% y la CBA 26,4%. Respecto del índice IPC general registró un acumulado del 21,3 y el rubro alimentos y bebidas 25,5 puntos.
Seguro que el descanso de los muertos no tiene ideología, sólo tiene la Memoria de los vivos y el testimonio de la Historia que variará según la perspectiva de quien la escriba. Nuestros muertos descansan y observan, puede que desde esa dimensión las lecturas de la realidad sean más claras ¿quién lo sabe? Hay muchas interpretaciones pero nos gusta traer a colación a la del poeta Ricardo Palma: “ No son los muertos los que en dulce calma/ la paz disfrutan de la tumba fría/ muertos son los que tienen muerta el alma/ y viven todavía./ No son los muertos, no los que reciben/ rayos de luz en sus despojos yertos/ los que mueren con honra son los vivos,/ los que viven sin honra son los muertos./ La vida no es la vida que vivimos/ la vida es el honor, es el recuerdo,/ por eso hay muertos que en el mundo viven/ y hombres que viven en el mundo muertos”.
