La memoria es imprescindible

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Por Gabriela Fernández Rosman

En la noche de este nueve de Noviembre, cada judío en el mundo volverá a sentir las heridas profundas de millones de astillas acristaladas y no habrá lo que sea capaz de ensordecer aquel estallido histórico de violencia, en Alemania

En el mismo país al que habían pertenecido el gran Goethe y el no menos notable escritor Stefan Zweig; la Nación que inspiró la música de Johann Sebastián Bach, de Ludwig Van Beethoven o Wolfang Amadeo Mozart., la noche del 9 al 10 de Noviembre de 1939, alrededor de las dos de la mañana, se encendía la mecha encolerizada de grupos vandálicos sin control de nadie, que atentaron contra los ciudadanos de origen judío, sus propiedades y sus símbolos religiosos.

Se lo quitaron todo, hasta la dignidad de “Ser”

Entraderas violentas, propiedades saqueadas, sinagogas incendiadas, Rollos sagrados hecho jirones, candelabros arrojados, negocios destruidos.

Bajo el lema xenófobo y estigmatizante “Juden Rauch” (fuera judíos), la conocida Kristallnacht o noche de los cristales rotos abría la puerta del infierno camino del Holocausto de seis millones de judíos indefensos y el hecho de que la humanidad no está exenta de que pueda repetirse es lo que nos debe mantener alertas siempre.

Factores tales como el desempleo, la recesión, la moneda devaluada, la hiperinflación y el enorme gasto público, fertilizaron las mentes  para que, en su gran mayoría, apoyaran a un gobierno con mensajes mesiánicos y delirantes que instaló ideas tales como la superioridad de la raza aria y  la conspiración mundial del pueblo judío. Esto último,  argumento suficiente por el que se buscó justificar la exterminación masiva de los judíos europeos y cuya maldita simiente sigue germinando hasta el día de la fecha en cada incidente o ataque antisemita.

Es difícil ponerse en el lugar del otro, imaginarse que de la noche a la mañana no te reconocen tus vecinos,  te quitan la ciudadanía, te cuelgan una insignia con connotaciones indeseables, te despojan de tus pertenencias, vejan tus símbolos sagrados , queman tus libros y te someten a las humillaciones más gravosas.

Homo hominis lupus, el hombre es el lobo del hombre escribió Tomas Hobbes en su obra “El leviatán” y caímos en la cuenta de que somos capaces de atentar contra nuestra propia especie.

En 1933 el nazismo había limitado el ingreso de judíos a escuelas y universidades. Expulsado a los profesionales judíos (médicos, dentistas, abogados, profesores) de sus trabajos en entes estatales. Habían prohibido a los judíos actuar en cine, teatro, etc, etc, etc  y los habían confinados a vivir en los guetos.

 

Las puertas del Holocausto se abrían paulatina y sistemáticamente. La maquinaria de la muerte aceitaba el mecanismo de modo de no fallar. El resto del mundo por incredulidad, por estupor o por omisión no reaccionaba.

El camino al Holocausto tuvo  “las tranqueras” abiertas.

 

Después de Auschwitz, no hay poesía posible, opinó el filósofo Adorno, porque no hay sublimación en el núcleo candente del infierno.

Sólo la Memoria y la Justicia pueden morigerar la dimensión del crimen de lesa humanidad  y la ignominia.

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